Suárez pasó a la historia por ir al hule tras especializarse en situaciones duras. Eran los años de la Transición y tenía a amplios y muy significativos sectores sociales a la contra. El Presidente Suárez sabía que se la tenía que jugar a contra estilo porque no había otro camino. Contaba con el beneplácito Real y la simpatía popular, pero carecía de ayudas cercanas para durar mucho tiempo en cabeza del cartel. La cogida fue de aúpa y tras el hule hubo de retirarse un tiempo. La reaparición fue, como casi todas, de más pena que gloria a pesar de unos inicios prometedores. Suárez está ya para siempre en la historia como un Presidente imprescindible y valiente.
Leopoldo Calvo-Sotelo fue el personaje necesario para lubricar el paso del centro derecha a la izquierda. Está en la historia como un Presidente breve pero sumamente serio, eficaz y aseado. Inteligente, era consciente de ello y no se le conocieron grandes glorias ni fracasos.
Felipe González fue un Presidente de relumbrón tras una brillantísima carrera en una oposición que bramaba por un cambio brusco de tercio. Y tuvo un éxito mayúsculo tras calmar las revueltas aguas de un socialismo que todavía levantaba los puños mayoritariamente en todas las plazas. El triunfo le acompañó en sus primeros diez años de un modo arrebatador. Realmente acabó la Transición y bajo su mandato España entró en Europa y en la modernidad. Hasta la derecha dijo que si no hubiera existido habría que haberle inventado. Se rodeó de gente de gran categoría y embridaron los desboques de unas estructuras sociales y económicas que todavía vestían los pelos de la dehesa del tardo franquismo. Soportó por ello hasta tres huelgas generales – su hule – y alcanzó cotas de gran practicidad filosófico-política con lo del metro de Nueva York, ‘aunque le atracaran’, o la indiferencia ante el color del gato que cazara ratones. Fue un gran presidente en sus años duros y hasta se gustó en los más cómodos, pero lo acomodaticio genera indolencia. Está en la historia como un grande, aunque también como aquél al que le sobraron varios años de mandato por algunas malas compañías y porque lo excesivamente largo en democracia genera todo tipo de corruptelas.
Ningún político ha tenido tanto poder en España desde su paisano, el General, y sus comienzos fueron inquietantes. Hizo su carrera para la alternativa con poca brillantez pero con notable seriedad. Aseguraba un liderazgo seguro y previsible y debutó incumpliendo promesas amparándose en su ignorancia, poco creíble, sobre la situación real heredada. Se dejó influenciar en exceso por Arenas y Montoroen aras de un triunfo en Andalucía y como penitencia superadora de los perennes complejos de la derecha española – recuerden a Solís, la sonrisa del Régimen de Franco-,y obtuvo un grave deterioro propio y de España: subida de impuestos a los supuestos más pudientes en rentas del trabajo y capital – votantes suyos -, y retraso de los presupuestos con gran descrédito mundial, etc. Como resultado, el batacazo andaluz y la prima de riesgo por las nubes. Continuó con vaivenes y bandazos con la esperanzadora Reforma Laboral; muy mal aplicada, por cierto, en algunas grandes empresas; y la criticada e injusta amnistía fiscal para ‘el negro’. Sólo destacable el intento de meter en cintura a las CCAA.
Los toreros saben que para triunfar en Madrid sólo caben dos salidas: o el hule tras una heroica actuación, o la puerta grande por la brillantez, el acierto y el valor real. Los demás sólo son broncas y chuflas. El patio no está para silencios, aliños, ni división de opiniones. Es la hora de España; nos jugamos demasiado. Tu hora de la verdad, Presidente.